Queridos Reyes Magos:
Quede dicho, lo primero, que soy republicano. Tal vez eso explique mucho de lo que al final acabáis trayendo. Creo que me pasaré a Papá Noel a partir de ahora.
Este año que se acerca a su fin, 2018, no ha sido bueno. De hecho ha sido malo. Una mierda, para ser exactos. Una mierda porque, fundamentalmente, todo lo importante de la vida, y no hablo de pocas cosas, ha ido mal. Creo que no es un secreto que no soy una persona optimista, pero lo de 2018 ha superado todas las expectativas. Como Vox ayer en Andalucía. Igualico. Ha roto todas las predicciones.
El año empezó bien. Muy bien, de hecho. Por primera vez en años me podía definir como una persona feliz. Así, sin más. Y era feliz porque me sentía acompañado. Hay un señor que se llama Ralph Waldo Emerson (no sé si será un pseudónimo o el nota se llamará así de verdad) que define el éxito con muchas cosas, muy sencillas y bonitas todas ellas que toca un punto esencial: "saber que por lo menos una vida respiró mejor por haber vivido tú". Sin entrar en dimensiones vitales, ahí tocó en algo que se aproxima a la causa de mi felicidad en ese momento. Sin intentar tampoco hacerme el espiritual, se alejaba de cualquier motivación material (creo que siempre he sido desprendido de gran parte de las cosas tangibles, y tal vez por eso he ahorrado a tan buena velocidad mientras tuve un sueldo decente y regular; sencillamente porque no lo gastaba en cosas que no necesitaba). Era simple: tenía la sensación de ser mejor y de hacer mejor a otras personas.
Recibía regalos el 5 de enero por la noche, y el hecho de calarme hasta la médula esa tarde daba igual, porque en realidad se sabe que lo de "coger frío" es una cosa que dicen mucho las abuelas y las personas abueloides, pero no es verdad. Si uno se moja mucho lo único que puede pasar es que se le pudra la ropa si no tiene la perspicacia de ponerla a secar. Y también fui a Roma en enero, que era algo que venía teniendo pendiente desde que me fuera de allí el mes de julio de 2012. Casi nada. Nunca es tarde si la dicha es buena y esas chorradas que se dicen. El caso es que se fue a Roma y se pasó bien. Por cierto que fui al mismo hotel al que fui con mis papás y mi hermana allá por el verano de 1999, situado en el Vicolo del Babuccio, a cosa de 50 metros de la Fontana de Trevi. Bonita casualidad diferida.
Pero era demasiado bonito todo para mantenerse, así que la Divina Providencia tuvo a bien mandarlo todo al carajo. Y no solo llegó un nubarrón gris oscuro que se ha quedado por aquí encima desde entonces, sino que además me hizo replantearme varias cosas. Por ejemplo: que tal vez el 14 ya no sea mi número preferido. Lo siento, Guti; siempre te admiré como futbolista brillante, indisciplinado y visceral, pero el 14 cayó en desgracia. Y curiosamente también cayó en desgracia una fecha que es el cumpleaños de una personita sobre la que más adelante volveremos. Vaya por Dios. O por Buda. O por quien coño sea que tenga la culpa. También me hizo replantearme este asunto el concepto de la amistad, y de cómo quienes creemos indudablemente nuestros amigos no lo son, o no tanto como creemos, o no como esperamos de ellos.
En fin, que en ese sentido mal. Pero por si fuera poco, también me quedé sin trabajo poco después. Es algo que ya se sabía, pero cuando eso implica poner distancia con personas que te han acompañado como amigos en algunos casos, o que te han formado como profesional en aquello que te gusta en otros, duele un poco también. No mucho, pero algo.
Para redondear el año, tuvo a bien el destino hace poco golpear a alguien que no se lo merecía para nada. Era uno de los golpes más bajos y sucios que se pueden recibir: la enfermedad. Cuando uno se sabe enfermo, al final lo acaba asumiendo y encarando como mejor puede, y se convierte en algo que acaba sobrellevándose. Si, por el contrario, la enfermedad toca a alguien por quien se tiene cariño, el sentimiento es peor. Recuerdo cuando me contaron la noticia por teléfono que sentí como si me hubiera tragado una pelota de ping-pong, y a la vez me hubieran clavado una aguja de calceta fría en el tórax. Evidentemente, nadie en el mundo merece enfermar, pero algunas personas lo merecen menos. Y esto era, y es, totalmente injusto.
Total, que vaya catarsis y vaya descomposición. ¿Ha sido todo malo en el año? Pues casi, pero algo bueno ha habido. Siempre es agradable, aunque la motivación sea la soledad, volver a retomar el hábito lector. También consuela comprobar que algunas personas se preocupan por uno, de una forma u otra. O que se puede retomar el trato con personas que estaban, digamos, en el limbo de la existencia. Siempre alegra, por último, que nazcan criaturitas guapas, sanas y sociables. Poco más se salva.
Así que, queridas majestades, no quiero pedir nada para mí. Ni me interesa ni creo que se me vaya a traer, por lo que me ahorro el esfuerzo. Sólo quiero una cosa que se resume en dos palabras: remisión completa. Ya sabéis de quién son los zapatos junto a los que la tenéis que dejar. A poder ser, envuelta en papel de regalo morado con mucha purpurina y dibujitos de unicornios. Y ya está. No quiero nada más.
PD: papá ahora tiene un libro electrónico y lo piratea como si fuera Francis Drake, así que lo de traerle el último libro de Pérez-Reverte ya no os vale como recurso. Buscaos la vida.
PD2: como de esta mierda de año no hay nada que celebrar, paso de brindis y de uvas con las campanadas. Lo mismo me voy a dormir antes de medianoche, que ya aburre ver a la Pedroche enseñando cacho o a Igartiburu conservada en formol.
Hala, agur.

Se te quiere Rafael.
ResponderEliminarGracias, Prof. El sentimiento es mutuo.
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